Islas privadas de Seychelles
Si buscas intimidad, privacidad y lujo sin límite de ‘caducidad’… descubre cuáles son los prístinos recovecos de las perlas Seychelles.
A sólo un paso de Ciudad del Cabo se encuentran los pueblos de Franshhoek, Stellenbosh, Paarl y Constantia, ubicados en los campos Viñedos del Cabo ofreciendo una muy amplia variedad de bodegas de reputación internacional. En ellas se ofrecen catas y todo tipo de degustaciones aplicando diferentes maridajes: vinos con chocolates, con quesos, con aceites...y hasta vinos y ostras.
Para saciar mi curiosidad, decidí aprovechar un sábado para conocer por mí misma las maravillas de las que me habían hablado iniciándome en la famosa ruta de los vinos. Ante la enorme oferta y calidad de las bodegas me entraron aun más ganas de descubrir si su fama era merecida, y aunque resultaba imposible recorrer los cientos de parajes en un solo día, decidí visitar un par de ellas para averiguar si eran tan únicas y especiales como contaban.
Salí por la mañana desde Ciudad del Cabo y mi primera parada fue Haute Cabriere, en la localidad de Franschhoek. Según me iba acercando al destino contemplé a los costados de la carretera campos rebosantes de vides dándome la bienvenida.
Disfruté tanto del camino que supe la visita merecía pena, tan solo por lo espectacular del paisaje. A mi llegada a la bodega, situada a lo alto de una colina, quedé del todo impresionada ante la belleza del paraje, rodeada de montañas que se extendían alrededor del valle, envolviendo al pueblo como poderosas guardianas de su riqueza: los viñedos. La geografía del lugar era hermosa e irreal, con campos y formaciones rocosas que daban la sensación de haber sido sacadas de un cuadro impresionista, del a pincel de algún artista esmerado en resaltar la naturaleza en todo su esplendor.
La bodega poseía un precioso lago que solo mejoraba lo inmejorable, con una terraza perfecta situada frente a las montañas que pedía a gritos ser disfrutada con una copa de vino en la mano. Pero para mi sorpresa no fue una copa de tinto o de blanco con la que comencé mi recorrido, sino algo mucho mejor. A las 10:00 de la mañana me encontré a mi misma desayunando… ¡champán con ostras!
Era una de las opciones del amplio menú de desayunos ¿cómo resistirse a la tentación de empezar el día de forma tan sofisticada? Cada una de las ostras venía aderezada de diferente manera, y por ello cada una debía degustarse con su correspondiente champán. Una experiencia increíble.
Después de este inusual pero exquisito desayuno empezó la cata de vinos con un tour a las bodegas. Pudimos probar 8 vinos diferentes, acabando el itinerario con el descorche de una botella a golpe de espada, un magnifico final, pero el día acaba no había hecho más que empezar. La siguiente parada (y teniendo en cuenta la cantidad de vinos que habíamos probado ya en sólo unas horas) era llenar el estomago para poder aguantar la ruta.
Elegimos la bodega de La Motte, también en Franschhoek. Esta bodega se diferenciaba de la anterior por su estilo colonial, en una maravillosa casa de campo de época. El edificio blanco estaba adornado con preciosas flores de diferentes colores en el jardín, el lugar perfecto para comer y relajarse (aun más). Su comedor parecía el salón de un gran palacio, con sillas imitando divanes, vajillas a juego con lujosas lámparas y un magnifico servicio que te hacia sentir como en un cuento de hadas.
Al leer la carta del menú me di cuenta que al lado de cada plato venia la recomendación de un vino específico y al preguntar al camarero por esta peculiaridad me explicó que cada opción del menú había sido estudiada para poder degustar una perfecta combinación de sabores.
Escogiera lo que escogiera iba a disfrutar de un buen maridaje. Mi elección fue un Rissoto de setas acompañado por un tinto, al parecer, el ideal, y no miento cuando digo que fue el mejor Rissoto de mi vida. Al acabar la comida procedí a visitar las bodegas donde se realizaban las catas. Para ello tuve que cruzar un adorable puente que atravesada un bonito riachuelo, trayéndome a la mente mis maravillosos montes gallegos surcados por corrientes de agua.
Al entrar en la sala de degustación, y como la magnificencia de la propiedad requería, encontramos enormes mesas de madera dignas de reuniones de alto standing. Pero la importante reunión en la que nos disponíamos a participar consistía en sentarse y disfrutar de la degustación los diferentes vinos que te iban presentando (ardua tarea), cada uno intercalado con un chocolate que impedía que se mezclaran los sabores de las diferentes cosechas en tu boca.
Tengo que reconocer que en contra de mi paladar no pude beberme los 9 diferentes vinos por mucho que lo deseara, para lo que acertadamente había una jarra vacía en el centro de la mesa, que acabó llena de vino catado como en concurso de sumilleres.
Aunque el día ya había sido de lo más completo y agradable decidí acabar mi aventura haciendo una última parada en la bodega de Waterford en Stellenbosh, una de las más conocidas en la ruta del vino. No para realizar una cata (no podía más), sino para conocer la belleza del lugar que tanto me habían aconsejado. Y las lenguas se quedaron cortas en el relato, ya que la bodega era de película, en un paraje idílico que incluía hasta un adorable perro esperando amigablemente en la puerta la llegada de los visitantes.
Ese sábado sólo pude visitar 3 bodegas, y cada una de ellas me transmitió algo diferente respecto a su historia, paisaje y por supuesto a través de sus vinos, pero son cientos y cientos de bodegas las que se aglutinan entre estos cuatro poblados cargados de historia y cultura. La primera viña plantada fue en 1679 procedente de Europa, la cuna del buen vino, y desde entonces viticultores y amantes del buen vino han conseguido crear algunos de los mejores vinos del mundo. Ahora sé que no son rumores, sino que Sudáfrica tiene un merecido puesto en lo que respecta la calidad.
En mi vuelta a España por vacaciones le pregunté inocentemente a mi padre si deseaba que le llevara algún regalo de Sudáfrica. La respuesta de este hombre, cultivador de vino y fiel a su Albariño fue “¿por qué no me traes una botellita de ese vino tan rico que tenéis ahí? un Sauvignon estaría bien, para que tu madre y yo disfrutemos en una cenita romántica”. Cuando abrió la botella en casa mis intuiciones tuvieron confirmación: un vino excelente, y ante las palabras de mi padre, no hay más que decir.
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